Vivimos en una época que glorifica el bienestar. Lo vemos en redes sociales, en campañas publicitarias, en discursos motivacionales: cuidarse es el nuevo mantra. Pero detrás de esa aparente universalidad, se esconde una pregunta incómoda que merece ser explorada con calma: ¿el autocuidado es realmente accesible para todos, o se ha convertido en un privilegio reservado a quienes tienen tiempo, recursos y espacio mental para priorizarse?
El autocuidado, entendido como el conjunto de prácticas que favorecen la salud física, emocional y mental, debería ser un derecho. Sin embargo, en la práctica, muchas personas no pueden ejercerlo. Jornadas laborales extensas, precariedad económica, responsabilidades familiares desbordantes o entornos sociales poco seguros hacen que cuidarse no sea una opción real para todos. Decir “cuídate” suena bien, pero puede ser una frase vacía si no se acompaña de condiciones que lo hagan posible.
Cuidarse no es lo mismo que poder cuidarse
La cultura del bienestar ha sido colonizada por el mercado. Hoy, el autocuidado se asocia con productos, servicios y experiencias que requieren inversión: apps de meditación, suplementos nutricionales, retiros de yoga, cosmética funcional, alimentación orgánica… Todo esto puede ser valioso, pero también excluyente. Cuando el bienestar se convierte en consumo, se corre el riesgo de que solo unos pocos puedan acceder a él.
Además, existe una presión social que convierte el autocuidado en una obligación moral. Si no te cuidas, si no haces ejercicio, si no meditas, si no comes bien, parece que estás fallando. Esta narrativa culpabiliza a quienes no pueden sostener rutinas ideales, sin tener en cuenta que el contexto importa. No es lo mismo cuidarse desde la abundancia que hacerlo desde la supervivencia.
El autocuidado como acto ético y político
La escritora Audre Lorde lo expresó con contundencia: “Cuidarme a mí misma no es autoindulgencia, es autopreservación, y eso es un acto de lucha política”. Para muchas personas —mujeres, personas racializadas, cuidadoras, cuerpos no normativos— el autocuidado es una forma de resistencia frente a un sistema que no las cuida. En este sentido, cuidarse no es desconectarse del mundo, sino encontrar formas de seguir existiendo en él sin desaparecer en el intento.
Desde esta perspectiva, el autocuidado no es un gesto individualista, sino una práctica ética que reconoce la interdependencia. Cuidarse para poder cuidar. Descansar para poder sostener. Poner límites para poder estar presente. Esta visión desafía la idea de que el bienestar es una recompensa por haber rendido lo suficiente, y lo coloca como una necesidad humana que merece ser protegida.
¿Cómo construimos una ética del bienestar inclusiva?
Reconocer el autocuidado como derecho implica transformar el entorno. Crear espacios accesibles, garantizar servicios de salud mental, promover el descanso como valor, visibilizar el trabajo de cuidados y fomentar una cultura que legitime el bienestar sin estigmas. También implica revisar nuestras propias prácticas: ¿cómo hablamos del autocuidado?, ¿a quién excluimos cuando lo idealizamos?, ¿qué modelos promovemos?
Los balnearios Caldaria, por ejemplo, pueden ser parte de esta transformación. No solo como espacios de descanso, sino como lugares que promueven el bienestar desde la inclusión, la escucha y el respeto. Ofrecer experiencias adaptadas, accesibles y emocionalmente seguras es una forma concreta de hacer del autocuidado una posibilidad para más personas.
La ética del bienestar nos invita a repensar el autocuidado como algo más que una rutina personal. Es una práctica que debería estar al alcance de todos, sin importar su situación económica, laboral o social. Porque cuidarse no es un capricho, ni una moda, ni una recompensa por haber rendido. Es una forma de estar en el mundo con dignidad, conciencia y conexión.
Desde HDOSO te animamos a reivindicar el autocuidado como derecho, a cuestionar las narrativas que lo convierten en privilegio y a descubrir en Caldaria un lugar donde cuidarse no es una obligación ni un lujo, sino una experiencia compartida que transforma.