La temperatura corporal no es solo un dato fisiológico. Es también un lenguaje del cuerpo, una señal de cómo nos sentimos, una forma de estar en el mundo. En cada décima de grado, hay una emoción que se insinúa, un estado de ánimo que se regula, una memoria que se activa.
La geotermia, en su sentido técnico, estudia el calor interno de la Tierra. Pero ¿y si aplicamos esa idea al cuerpo humano? ¿Y si pensáramos en nuestra temperatura como una forma de geotermia emocional? Un sistema de autorregulación que conecta lo físico con lo afectivo, lo biológico con lo simbólico.
Termorregulación y afectividad: lo que dice la ciencia
La temperatura corporal media ronda los 36,5 °C, pero varía según el momento del día, la actividad, el entorno y, sí, el estado emocional. Estudios en psicofisiología han demostrado que emociones como la ira, el miedo o la excitación provocan cambios térmicos medibles: aumento de la temperatura en el rostro, las manos o el pecho; sudoración; vasodilatación o vasoconstricción.
Por ejemplo, la ansiedad puede generar sensación de calor interno, mientras que la tristeza se asocia con enfriamiento periférico. El cuerpo responde a los estados afectivos con ajustes térmicos que no solo reflejan lo que sentimos, sino que también lo modulan. El calor calma, el frío retrae. La piel es frontera y termómetro.
Además, el contacto físico —un abrazo, una caricia, un baño caliente— tiene efectos reguladores sobre el sistema nervioso autónomo. La oxitocina, hormona vinculada al vínculo social, se libera con el calor compartido. No es casual que busquemos cobijo térmico en momentos de vulnerabilidad.
Poética del calor: metáforas que nos habitan
Más allá de la ciencia, el lenguaje cotidiano está lleno de metáforas térmicas: “me hierve la sangre”, “me dejó frío”, “me calienta el alma”, “tiene un corazón templado”. El calor y el frío no solo describen estados físicos, sino también morales, afectivos, sociales. Ser cálido es ser acogedor. Ser frío es ser distante.
En muchas culturas, el equilibrio térmico se asocia al bienestar. La medicina tradicional china, por ejemplo, habla de “calor interno” como causa de desequilibrio. En la tradición gallega, los baños termales se han usado para “quitar el frío del cuerpo”, entendido no solo como temperatura, sino como malestar profundo.
Termalismo y regulación emocional
Los balnearios, como espacios de calor controlado, ofrecen una experiencia que va más allá de lo físico. Sumergirse en aguas termales es también sumergirse en un estado emocional distinto: el cuerpo se relaja, la mente se aquieta, el tiempo se dilata. La temperatura del agua actúa como mediadora entre el cuerpo y la emoción.
En contextos terapéuticos, el termalismo se ha utilizado para tratar trastornos del ánimo, estrés, insomnio o fatiga crónica. El calor suave, sostenido, envolvente, tiene efectos sedantes y reguladores. Es una forma de geotermia aplicada al bienestar humano.
¿Puede el cuerpo pensar en grados?
Quizás sí. Quizás cada emoción tiene su temperatura. Quizás el cuerpo, como la Tierra, guarda calor en sus capas profundas, lo libera cuando lo necesita, lo transforma en energía vital. La geotermia emocional no es una teoría, es una invitación a escuchar el cuerpo como si fuera paisaje: con sus fuentes, sus volcanes, sus termas interiores.