La práctica del cambio horario se remonta a principios del siglo XX, pero fue en los años ochenta cuando se armonizó en toda Europa. La Directiva 2000/84/CE establece que el horario de verano comienza el último domingo de marzo y termina el último domingo de octubre. El objetivo era coordinar horarios entre países y favorecer sectores como el transporte, las telecomunicaciones o el comercio.
Sin embargo, los beneficios energéticos que justificaban esta medida han perdido peso. Con tecnologías más eficientes y hábitos de consumo cambiantes, el ahorro es mínimo. De hecho, estudios recientes señalan que el impacto en la salud puede ser más relevante que el supuesto ahorro: alteraciones del sueño, irritabilidad, menor concentración y cambios en el estado de ánimo son efectos comunes durante los días posteriores al cambio.
A pesar de las críticas, la normativa sigue vigente y no hay planes inmediatos para eliminar el ajuste horario. Así que, por ahora, toca adaptarse.
España: entre la luz solar y la rutina social
España vive en una contradicción horaria desde hace décadas. Aunque geográficamente debería estar en el huso horario de Greenwich (UTC+0), comparte el horario de Europa Central (UTC+1 en invierno, UTC+2 en verano) desde 1940. Esta decisión, tomada durante el franquismo para alinearse con Alemania, nunca se ha revertido.
El resultado es que en muchas zonas del país, especialmente en el oeste, el reloj va por delante del sol. Esto afecta a los horarios laborales, escolares y sociales, que se han ido adaptando con costumbres propias: jornadas partidas, cenas tardías, prime time televisivo a las 22:30… Todo un ecosistema que gira en torno a una hora que no es la nuestra.
En los últimos años, se ha debatido sobre la posibilidad de eliminar el cambio horario o incluso modificar el huso. Pero las implicaciones son complejas: cambiar el reloj implica también cambiar hábitos profundamente arraigados. Y no todos los sectores están de acuerdo.
Galicia: una hora por delante de su sol
Si en España el desfase es evidente, en Galicia se acentúa. Por ubicación geográfica, Galicia debería compartir horario con Portugal y Reino Unido. Pero no lo hace. Aquí, el sol amanece y anochece más tarde que en el resto del país, lo que genera una desconexión entre el reloj oficial y el ritmo natural.
Este desfase tiene consecuencias. En invierno, el sol puede salir pasadas las 9:00, lo que retrasa el inicio del día y afecta al rendimiento escolar y laboral. En verano, hay luz hasta bien entrada la noche, lo que puede alterar el sueño y dificultar la conciliación. Además, el cambio de hora agrava esta desincronización, generando más fatiga y malestar.
Expertos en cronobiología y salud pública han señalado que Galicia sería una de las comunidades que más se beneficiarían de un cambio de huso horario. Volver al horario de Greenwich permitiría sincronizar mejor la vida diaria con la luz solar, mejorar el descanso y reducir el impacto del cambio estacional. Pero por ahora, seguimos viviendo en una hora prestada.
Mitigar el impacto: una invitación al bienestar
El cambio de hora puede parecer un detalle menor, pero sus efectos se sienten en el cuerpo y en el ánimo. Por eso, en estos días de transición, es más importante que nunca cuidar los ritmos, buscar espacios de calma y reconectar con el bienestar.
Los balnearios Caldaria ofrecen precisamente eso: una pausa consciente, un refugio de luz y salud en medio del ajuste. Sus aguas termales, tratamientos personalizados y entornos naturales ayudan a mitigar el estrés, mejorar el descanso y adaptarse con suavidad al nuevo horario.
Porque aunque no podamos cambiar el reloj, sí podemos elegir cómo vivir el tiempo.