Las aguas termales, conocidas por sus propiedades terapéuticas, también albergan ecosistemas singulares donde la vida se adapta a condiciones extremas de temperatura, acidez y salinidad. Estos entornos, lejos de ser inhóspitos, son refugio de especies únicas que desafían los límites de la biología convencional.
Las fuentes termales y géiseres constituyen hábitats extremos que combinan altas temperaturas (a menudo superiores a 45 °C), pH ácido o alcalino, y concentraciones elevadas de minerales. En estos ambientes, la biodiversidad es limitada pero altamente especializada. Los organismos que los habitan —conocidos como extremófilos— han desarrollado adaptaciones bioquímicas y estructurales que les permiten sobrevivir donde la mayoría de las especies no podrían.
Microorganismos termófilos: vida en el límite
Uno de los ejemplos más emblemáticos es Thermus aquaticus, una bacteria descubierta en las fuentes termales del Parque Nacional de Yellowstone. Esta especie puede vivir a temperaturas cercanas a los 70 °C y ha sido clave en el desarrollo de la biotecnología moderna, gracias a la enzima Taq polimerasa, utilizada en la técnica de PCR para replicar ADN.
Además de T. aquaticus, existen comunidades microbianas que forman biopelículas en las orillas de las fuentes termales. Estas estructuras viscosas albergan bacterias, arqueas y algas que interactúan en redes metabólicas complejas. Algunas especies obtienen energía de compuestos sulfurosos o metálicos, lo que las convierte en modelos para estudiar la vida en otros planetas.
Invertebrados adaptados al calor
En ambientes termales de Norteamérica, como los del oeste de EE. UU., se ha documentado la presencia de Ephydra brucei, conocida como la mosca de las fuentes termales. Sus larvas se desarrollan en charcas hipersalinas y calientes, alimentándose de microalgas y detritos. Poseen una cutícula especializada que les permite resistir temperaturas superiores a 45 °C, y son parte esencial de la cadena alimenticia local, sirviendo de alimento a peces y aves.
Otro ejemplo es el crustáceo Thermocyclops crassus, un copépodo que habita aguas termales en Asia Central. Su metabolismo está adaptado a temperaturas elevadas y bajos niveles de oxígeno, lo que lo convierte en un bioindicador de calidad ambiental en estos ecosistemas.
Peces en aguas calientes
Aunque los peces suelen evitar temperaturas extremas, algunas especies han colonizado fuentes termales templadas. Es el caso de Gambusia affinis, el pez mosquito, que ha desarrollado poblaciones estables en charcas termales de Texas. Aunque no tolera temperaturas tan altas como los microorganismos o invertebrados, su presencia demuestra la capacidad de ciertos vertebrados para adaptarse a condiciones marginales.
Conservación y estudio de ecosistemas termales
Los entornos termales son laboratorios naturales para estudiar la evolución, la adaptación y la resiliencia biológica. Además, su biodiversidad tiene aplicaciones en medicina, cosmética, biotecnología y astrobiología. Sin embargo, muchos de estos hábitats están amenazados por la explotación turística, la contaminación y el cambio climático.
La conservación de estos ecosistemas requiere un enfoque interdisciplinar que combine geología, microbiología, ecología y gestión ambiental. En Galicia, donde el termalismo forma parte del patrimonio natural y cultural, el estudio de la biodiversidad termal podría abrir nuevas líneas de investigación y valorización territorial.